Si Marshall McLuhan viviera hoy no escribiría libros. Subiría vídeos a TikTok con filtros retro y música de fondo tipo Boards of Canada. Eso sí, haría contenidos súper sesudos con vocación Transmedia. Al fin y al cabo, ya ‘transmediaba’ todo lo que hacía 50 años antes de que Henry Jenkins escribiera La Cultura de la Convergencia. No necesitaría repetir que “el medio es el mensaje”. Porque en 2025, ya no hay que explicarlo: el medio se ha tragado el mensaje, lo ha remezclado y lo ha convertido en universo.
Vivimos dentro de la interfaz. Dentro del feed. Y eso, que suena a ciencia ficción, como a Matrix, lo explicó este canadiense en 1964. Cuando dijo que los medios eran extensiones del cuerpo humano, hablaba de la tele, la imprenta o la radio. Hoy hablaría de stories, de directos en Twitch y de algoritmos de recomendación.
La lógica transmedia no es solo contar una historia en varios formatos. Es habitar un relato que se transforma según la plataforma en la que lo encuentras. Como si cada pantalla fuese una lente distinta que distorsiona (o potencia) lo que estás viendo. ¿Un ejemplo? The Last of Us.
«The Last of Us»: cuando la historia muta en el feed
Nació como videojuego y luego se adaptó como serie por HBO, pero ahí no acaba. The Last of Us es el ejemplo perfecto de cómo una historia se convierte en experiencia transmedia por contagio. En TikTok, miles de usuarios —entre ellos el creador Mike Méndez (@mikemendeztv)— viralizaron una teoría conspiranoica brillante: el origen de la infección por cordyceps no estaba en un accidente cualquiera, sino en la harina.
Sí, la harina. En el primer capítulo de la serie, los protagonistas esquivan galletas, no desayunan con pan, rechazan una tarta. Y mientras tanto, en Yakarta —uno de los principales centros de producción de harina del mundo— algo empieza a ir mal. Esa teoría, sacada de detalles minúsculos, se convirtió en una narrativa paralela impulsada por los propios espectadores. TikTok no solo amplificó el mensaje, lo reescribió. El medio, otra vez, moldeando el relato.
Mientras tanto, en Twitter (ahora X, pero seguimos llamándolo Twitter porque nos da la gana), los hilos no se centraban en monstruos ni en efectos especiales, sino en lo social. Uno de los más compartidos, firmado por la ensayista @soymistral, analizaba cómo la serie desmonta estereotipos de género y representa la diversidad con una naturalidad inusual en el mainstream. Otro hilo, de @danielsierra, exploraba el paralelismo entre la radicalización postapocalíptica y los movimientos identitarios actuales en EE. UU. y Europa.
En ambos casos, los hilos no “comentaban” la serie: la ampliaban, la colocaban en un marco político, cultural y social. La historia ya no se quedaba en la pantalla, se filtraba al debate público. Ese es el corazón de lo transmedia: cuando el relato escapa de su contenedor original y vive en múltiples capas simultáneas.
Del apocalipsis a la sotana Balenciaga
Ese salto entre medios y lecturas no es exclusivo de las series. Un ejemplo inesperado: la foto viral del Papa Francisco con un abrigo blanco tipo Balenciaga. Era un deepfake generado con inteligencia artificial. No tenía contexto, ni campaña detrás. Solo una imagen fake que parecía tan real que millones creyeron que era auténtica.
Pero lo interesante no fue la imagen, sino lo que provocó. En Reddit, en TikTok y en Twitter, la gente no solo comentaba “el look del Papa”: se generaron debates sobre autenticidad, moda, religión y posverdad. Algunos se lo tomaron como sátira, otros como una provocación. El medio convirtió una imagen absurda en un símbolo cultural.
Ese es el tipo de transmedia involuntario que más le habría fascinado a McLuhan: una foto sin mensaje que el medio transforma en una narrativa cargada de sentido.
Rosalía y el álbum que se convirtió en universo
Y luego está Rosalía. Motomami no es un disco. Es un experimento cultural disfrazado de reguetón arty. Desde que salió, cada canción fue acompañada de una estética visual coherente, códigos propios, y una presencia orquestada en TikTok, Instagram, Spotify, YouTube Shorts… No solo se trataba de escuchar música, sino de entrar en un universo.
Los fans lo entendieron rápido: empezaron a analizar los emojis, a buscar dobles sentidos, a interpretar el vestuario y los movimientos como pistas. TikTok fue el gran motor. Ahí, cada gesto se viralizaba, se resignificaba y se convertía en parte del relato colectivo. Rosalía no escribió una historia: escribió las reglas de un mundo, y dejó que las plataformas lo expandieran.
¿El medio es el mensaje? No. El medio es el mundo
En esta sopa mediática, donde cada contenido se dispersa como una colonia de esporas digitales, McLuhan no solo tenía razón: se quedó corto. Hoy el medio ya no es solo el mensaje. Es el entorno. El relato vive distinto en TikTok, Twitter, Twitch o Instagram. Cada uno impone su lógica, su ritmo, su lenguaje.
Una serie, una foto fake, un álbum de reguetón experimental. Da igual el punto de partida. Lo relevante es lo que pasa cuando entra en el circuito transmedia. Como diría Neil Postman, no estamos informándonos: estamos interpretando realidades a golpe de scroll, reconfigurando nuestra cultura a medida que interactuamos con las plataformas.
Y en ese ecosistema, el contenido es solo la excusa. El verdadero mensaje es el medio. O mejor dicho: el lugar donde el relato se transforma. Lo que McLuhan vio venir antes que nadie.
Sería muy presuntuoso decir que en MacLucan también lo vimos venir. Simplemente, nos declaramos fans de este visionario de la Comunicación e intentamos que sea nuestra guía hacia el futuro, como un Hari Sheldon de la psicohistoria de La Fundación, al que siempre hay que tener en cuenta para ver cómo el futuro va a convertirse en realidad dentro de menos de lo que pensamos.